Ahora resulta
que bicicletas y molinos EL AUTOR.
Lo dudo,
como el bolero.
A día de hoy,
salvo que las aceras se han vuelto peligrosas
para los indefensos transeúntes
y que el paisaje en cárcel molinar ha venido,
nada ha cambiado todavía;
nuestro planeta sigue igual de enfermo,
o, muy posiblemente, más que antes
de que su curación se pretendiera.
Quizá la cosa mejorara
si por cada molino aspasen a un sujeto,
si sólo dando vueltas a una noria
se dejara a las bicis circular;
si todos los vivientes al unísono,
durante tres minutos,
de respirar nos abstuviéramos…
Aun así, ¿para qué?
¿Para qué vamos a arreglar el mundo,
si el
ser humano ya no tiene avío?
Poema incluido en Modo infinitivo. (Editorial
Dossoles; Burgos, 2014).
Autor José Mª Izarra Cantero.
*****************************************************************************
EL AUTOR.
Fragmento del relato Tito, incluido en La prosa la pongo yo. (Editorial Dossoles; Burgos, 2009).Autor José Mª Izarra Cantero.
Autor José Mª Izarra Cantero.
*****************************************************************************
EL AUTOR.
La Orbea era una bicicleta
de chica, es decir, no tenía barra (la barra superior del cuadro).
Estaba muy oxidada, mas podía inferirse, por algunas costras diminutas de
pintura persistentes, que había sido de color
granate. Todavía conservaba, sin embargo, el logotipo de la marca, Orbea, en letras doradas, sobre el tubo que unía
el manillar con la parte del cuadro situada justo encima del eje de la manivela. El cuadro estaba
soldado precisamente por ahí. (Se conoce que, en su día, la difunta Merceditas, su primigenia dueña y prima segunda de Tito, había sufrido algún percance grave con
ella. Dicen las malas lenguas
que la difunta Merceditas estaba
como una foca.) A la Orbea se le
saltaban los frenos cada dos por tres (más de una caída sufrió Tito por esa causa), le faltaba medio sillín (de cualquier forma, Tito
sólo se sentaba en las cuestas abajo), y en el soporte portaequipajes, una de cuyas sujeciones estaba rota, llevaba atada una caja de las medianas
del pescado, en la que Tito
trasportaba el agua, la merienda,
a veces alguna herramienta menor (según las necesidades y exigencias de los que estaban faenando
en la era) y siempre
siempre una bomba de motocicleta, enorme (la Orbea siempre
estaba pinchada, ligeramente pinchada).
Precisamente aquel día de la escena del Porrón y el Regular,
Tito llevaba la rueda de atrás
apenas sin aire. Ni eso ni el susto que se le había metido en el cuerpo —pudo más su curiosidad—
le impidieron darse media vuelta y enfilar el puente hasta situarse en la
atalaya más a propósito para
contemplar en pleno quehacer al Regular. Desnudo de cintura para arriba (tenía la espalda tatuada en
toda su extensión: una silueta central
femenina y diferentes motivos florales y faunísticos en torno a ella), acababa de sumergir en
el agua la camisa, una camisa de franela, oscura, muy oscura, y el agua se había teñido de rojo. A Tito le pareció
que era sangre. En realidad, era sangre.
Fragmento del relato Tito, incluido en La prosa la pongo yo. (Editorial Dossoles; Burgos, 2009).Autor José Mª Izarra Cantero.
GRACIAS POR LA COLABORACIÓN EN EL BLOG AMIGO JOSÉ Mª.