domingo, 31 de mayo de 2015

JOSE Mª IZARRA CANTERO.TIEMPO PARA LA LECTURA.

Ahora resulta
que bicicletas y molinos                                 EL AUTOR.
van a sanar la Tierra.
Lo dudo,
como el bolero.
A día de hoy,
salvo que las aceras se han vuelto peligrosas
para los indefensos transeúntes
y que el paisaje en cárcel molinar ha venido,
nada ha cambiado todavía;
nuestro planeta sigue igual de enfermo,
o, muy posiblemente, más que antes
de que su curación se pretendiera.
Quizá la cosa mejorara
si por cada molino aspasen a un sujeto,
si sólo dando vueltas a una noria
se dejara a las bicis circular;
si todos los vivientes al unísono,
durante tres minutos,
de respirar nos abstuviéramos…
Aun así, ¿para qué?
¿Para qué vamos a arreglar el mundo,
si el ser humano ya no tiene avío?



Poema incluido en Modo infinitivo. (Editorial Dossoles; Burgos, 2014).
Autor José Mª Izarra Cantero.



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        EL AUTOR.
LA ORBEA
La Orbea era una bicicleta de chica, es decir, no tenía barra (la barra superior del cuadro). Estaba muy oxidada, mas podía inferirse, por algunas costras diminutas de pintura persistentes, que había sido de color granate. Todavía conservaba, sin embargo, el logotipo de la marca, Orbea, en letras doradas, sobre el tubo que unía el manillar con la parte del cuadro situada justo encima del eje de la manivela. El cuadro estaba soldado precisamente por ahí. (Se conoce que, en su día, la difunta Merceditas, su primigenia dueña y prima segunda de Tito, había sufrido algún percance grave con ella. Dicen las malas lenguas que la difunta Merceditas estaba como una foca.) A la Orbea se le saltaban los frenos cada dos por tres (más de una caída sufrió Tito por esa causa), le faltaba medio sillín (de cualquier forma, Tito sólo se sentaba en las cuestas abajo), y en el soporte portaequipajes, una de cuyas sujeciones estaba rota, llevaba atada una caja de las medianas del pescado, en la que Tito trasportaba el agua, la merienda, a veces alguna herramienta menor (según las necesidades y exigencias de los que estaban faenando en la era) y siempre siempre una bomba de motocicleta, enorme (la Orbea siempre estaba pinchada, ligeramente pinchada).
Precisamente aquel día de la escena del Porrón y el Regular, Tito llevaba la rueda de atrás apenas sin aire. Ni eso ni el susto que se le había metido en el cuerpo —pudo más su curiosidad— le impidieron darse media vuelta y enfilar el puente hasta situarse en la atalaya más a propósito para contemplar en pleno quehacer al Regular. Desnudo de cintura para arriba (tenía la espalda tatuada en toda su extensión: una silueta central femenina y diferentes motivos florales y faunísticos en torno a ella), acababa de sumergir en el agua la camisa, una camisa de franela, oscura, muy oscura, y el agua se había teñido de rojo. A Tito le pareció que era sangre. En realidad, era sangre.




Fragmento del relato Tito, incluido en La prosa la pongo yo. (Editorial Dossoles; Burgos, 2009).Autor José Mª Izarra Cantero.

GRACIAS POR LA COLABORACIÓN EN EL BLOG AMIGO JOSÉ Mª.

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